los sueños dan forma al mundo

miércoles, 31 de julio de 2013

Primer Microrrelato


Un beso largo, pezones, pechos, vagina y caderas y justamente en el orgasmo y sin previo aviso, un disparo, la sangre resbalando del cráneo de Julieta, los ojos de ella tornándose blancos a medida de que su rostro palidece y sangre comienza a emanar de su boca y nariz.
Los dientes de Mark golpean unos a otros y él nunca se había sentido tan nervioso.
Por fin. Por fin.
El olor a pólvora y a sangre y a muerte llena la habitación, siente que el hedor se arrastra sobre él y que no se lo puede quitar, se sienta en la cama y trata de calmar sus manos sudorosas, tiene sangre en la cara.
Escucha el cuerpo de Julieta golpear el suelo de madera, aun retumban sus tímpanos con la explosión del disparo, no tardarán los vecino, piensa, llamarán a la policía y me matarán. O peor aun, me encerrarán de por vida, habrán programas, habrá espectáculo, la prensa amarillista hablará de nuevo, otra prostituta asesinada, otro asqueroso degenerado que asesina a una prostituta. Todo en está ciudad está podrido. Las personas mirarán el juicio por televisión, mi madre lo mirará, mis hermanas lo mirarán.
¿Qué va a decir Susana? Salí con ese tipo en la prepa, el sexo era maravilloso con Susana.
Tengo que salir de aquí.
Mark se levanta de la cama, se salta a Julieta y el charco que sale de su cabeza y comienza a llenar todo el suelo, no debe dejar ninguna huella. Corre al baño, se lava las manos. La pistola. El tiempo corre. Regresa a la habitación a buscar la pistola, la toma, le mete en su abrigo, regresa al baño a lavarse las manos, talla entre las uñas, se dice, el agua fría limpia la sangre, menos mal, piensa. Julieta yace desnuda en el suelo, solo lleva sus ligueros. No es la primera vez que arranca una vida, pero siempre es como si fuera la primera vez.
Al menos en mi caso.
Mark sale del baño. Toma todas las pertenencias de Julieta, le arranca un par de cabellos y sale de la habitación, cubierto con una gabardina, un sombrero, pistola en mano y una bolsa con todo lo que alguna vez fue de Julieta. Baja por las escaleras de los apartamentos, sudor frío baja por su espalda, todos lo miran, todos esperan detrás de sus puertas y lo escuchan pasar, con teléfono en mano, la policía ya está en camino y en cualquier momento van a llegar, rompiendo el techo, los muros, por la entrada principal y lo van a atrapar, lo harán confesar. Lo van a encerrar en un manicomio, lleno de enfermos mentales, con habitaciones de almohadas, sopa de fideos, gelatina con sabor a jabón y papilla.
Salgo a la calle, la gente me huele, sexo y muerte. Todos me observan.
Los labios de Julieta eran rojos como carmín, su cabello era negro azabache, parecía Blanca Nieves. Mark ríe y sus dientes siguen golpeando unos a otros. La edad lo ha consumido, cada vez es más difícil mantenerse en movimiento, pero el sexo es tan gratificante, las mujeres lo más bello. Aun recuerda la primer prostituta a la que asesinó, su nombre era Roxanne, era delgada, tenía un toque egipcio en sus facciones, labios marcados, pómulos pronunciados incluso los ojos un poco rasgados, tez morena, cabello negro. Sus pechos eran pequeños, pero sus caderas eran amplias.
Como siempre me han gustado.
Detiene un taxi, se arrepiente, camina a casa, con la pistola sujeta dentro de la bolsa, el olor a pólvora, a metal sudado, lo asfixia. Corre a un callejón a vomitar. Los ojos de Juliera eran negros, grandes y redondos. No había visto ojos más hermosos. Recuerda a la segunda prostituta. Ana Lucía.
Su nariz era larga y afilada pero sus pechos eran redondos, eran grandes, tenía perforaciones en los pezones y un tatuaje de mariposas en la espalda, decía amar el viento en su cara, deseaba algún día lanzarse en paracaídas.
Yo no las mato, las libero.
Trata de convencerse.
¿Quién quiere vivir de esa manera?
¿Quién quiere vivir siendo cogida brutalmente por hombres sucios y enfermos?
¿Quién disfruta el sexo con desconocidos que no se interesan en su vida?
Yo las libero, les quito todo lo que las detiene de ser felices, no más abuso, no más tristezas.
Felicidad.
Luz.
Sonrisas y recuerdos.
No más lágrimas.
Mark llega a su departamento. Cierra con los cuatro candados que tiene, mantiene todas las luces apagadas, entra sin hacer ruido, como si alguien lo esperara, guarda la pistola en la caja fuerte detrás del cuadro de “El Cerrojo" por J. H. Fragonard.
Las escucho.
Hablo con ellas, las amo.
Se lo que parece pero no hay nada mal en mi. Lo hago por ellas, me mata cada muerte, pero lo sigo haciendo. Si pudieran ver la tristeza tras sus ojos, lo entenderían pero nadie lo hace.
Toma las pertenencias de Julieta y las mete bajo su cama, las incinerará como todas las pertenencias de todas las prostitutas a las que ha asesinado. La tercera fue Kim.
Kim era rubia y pecosa, sus ojos eran azules y sus cejas delineadas. Tenía una sonrisa falsa muy convincente, aun así. Fue violada por su padre y su hermano, asesinó a ambos.
Debo de comprar un silenciador.
La novena fue Laura.
Laura.
Se sienta en la sala de su departamento. La tristeza lo invade, extraña a cada una. Se quita su camisa y en los brazos y espalda lleva tatuado el nombre de cada una de ellas.
Nunca las olvido.
Mueren con una sonrisa, al menos la mayoría.
Quiero creer.